Esta es
una de las muchas historias que envuelven a Greystone, el reino del grial, y en
ella se pueden encontrar pistas de las historias que involucran a los héroes
del presente.
La historia es antigua, y empieza de la siguiente manera: "En la unión de
las montañas de Hierro y la Cordillera Central, existió una vez hace mucho
tiempo, una gran ciudad. Una ciudad construida como muestra del arte y el poder
de sus creadores, los Enanos de las montañas.
Karadrim, fue el nombre que se le concedió a esta ciudad, la cual fue
construida abriendo un paso seguro a través de las altas y escarpadas montañas.
Debido a la alianza existente entre humanos y enanos que había perdurado por
varios siglos, la ciudad fue convirtiéndose en uno de los lugares de comercio
más prósperos de todo Greystone e inclusive Arcadia misma, ya que viajeros y
comerciantes humanos se aventuraban a cruzar las montañas a través del paso que
formaba esta gran ciudad.
La cuidad también era una entrada a las demás ciudades Enanas y estaba
custodiada por blancos y enormes muros de gruesa piedra cuya altura y esmero al
construirlos eran inigualables. Los enanos se jactaron entonces de que nada ni
nadie, podrían arruinar a la gran Karadrim.
Pero nada es eterno y la luz más pura puede incitar a la más profunda de las
tinieblas a apagarla. Fue así, que un día, uno de los miles de viajeros que
pasaba por Karadrim, ocultándose bajo la máscara de la humanidad, trajo consigo
la destrucción y ruina a esta ciudad. Se trataba nada más ni nada menos que de
Malakías, uno de los más despiadados y poderosos demonios que han servido y
seguirían sirviendo a Modred.
Siguiendo los designios de su gran señor de las tinieblas, Malakías que pasaba
desapercibido entre los enanos con su disfraz, fue logrando con el tiempo
corromper a los líderes de las familias de la cuidad y finalmente, tres años
más tarde logró dominar al mismísimo señor del Clan que gobernaba la ciudad.
Como una
niebla brumosa y lenta, el terror fue apoderándose de las calles de Karadrim y
los habitantes de aquella ciudad comenzaban a temer a transitar por este paso,
puesto que se rumoreaba que desde un tiempo atrás habían ocurrido arrestos sin
motivos. Posterior a esto se prohibió el ingreso de personas al interior de la
cuidad y para aquellos que no acatasen la regla, se les castigaría con la pena
de muerte.
Estos rumores alcanzaron los oídos del en aquel entonces Rey de Greystone, Lord
Marcus Pendragon III, quien sintiéndose indignado, se quejó ante el gran Rey
enano Duran hijo de Dim, y de esta manera se generaron una serie de disputas
entre estos dos gobernantes.
Fue así
que el Rey enano, ordenó enviar sus emisarios reales a Karadrim para investigar
estos rumores y poner una solución al conflicto. No obstante, esta empresa fue
en vano, puesto que la cuidad entera estaba consumida por el mal y
adicionalmente los demonios que Malakías había conjurado poco a poco, fueron
liberados un tiempo después de la llegada de los emisarios de Duran, haciendo
que estos últimos jamás lograran salir con vida de la ciudad. Pronto las calles
de Karadrim se llenaron de sangre y fueron miles los enanos (y humanos
prisioneros) que murieron en un terrible espectáculo de sacrificios, muerte y
depravación.
Terribles fueron los hechos que allí se cometieron, pero pudo ser peor de no
ser por contados héroes los cuales lograron escapar y liberar algunas de las
almas que fueron aprisionadas dentro de las murallas. Entre ellos se recordaría
siempre a Throm hijo de Kirsh, un gran enano que posteriormente fundó el clan
de Duradum y su amigo humano paladín y bardo Rimas el Santo, fundador de la
familia Ahtvatan.
Junto con otros héroes que lograron escapar y un puñado de sobrevivientes, marcharon
por las montañas en busca de socorro y alertando a las ciudades vecinas, sobre
lo último que Malakías había logrado perpetuar dentro de la ciudad de los
Enanos: Un poderoso ritual para crear un portal hacia el mismísimo infierno. De
esta manera, Malakías, revelando su verdadera identidad como uno de los Señores
del Inframundo y mano derecha de Mordred, hizo cruzar las legiones y huestes
infernales por este portal hacia la gran ciudad de los enanos para completar la
misión y los designios de su Maestro.
Una por una y durante 6 meses de batalla, las marcas de Greystone fueron
tiñéndose de rojo hasta llegar a la sagrada y gran ciudad de Camelot, ubicada
en la Marca del Rey. Pero he aquí que la unión de los Cuatro Generales y sus
Cuatro Ejércitos (véase La Batalla de los Cuatro Ejércitos), detuvieron el
avance del enemigo haciéndolo retornar hasta el pie de la montaña de donde
había sido esculpida la gran Karadrim.
Aquí se
libraría la batalla decisiva, pero Duran se dio cuenta entonces de que mientras
el portal infernal de Karadrim estuviera abierto, el suministro incalculable de
demonios de la horda invasora permanecería activo reduciendo toda esperanza de
victoria. Apoyando su gran martillo de guerra sobre la tierra y arrodillándose
sobre ésta, el Rey Enano suplicando a Dagda, el gran dios y maestro del fuego,
y padre de la raza Enana, por la muerte de muchos de sus hermanos y por la
desgracia que había caído sobre la que fue una vez, la más hermosa de las
ciudades, imploró venganza sobre aquel y aquellos que habían causado tal mal.
Iluminados por una luz divina, las plegarias de este gran servidor enano,
fueron escuchados por Dagda, quien desde los altos cielos y con ira potente y
celestial arrojó una gran montaña de fuego sobre Karadrim reduciendo las
montañas (y los demonios en ella) a un inmenso cráter el cual sería siempre
llamado por los enanos Rashi- karum Dagda (El Puño de Dagda) o la ira de Dios
por los humanos.
Enfurecido,
Malakías observaba como su fortaleza era reducida a escombros y su ejército era
destruido. Mientras la horda agresora es desmoronaba como un castillo de arena,
al mismo tiempo las fuerzas de los Cuatro Generales recuperaban su valor y lideraban
un último ataque a lo que quedaba del enemigo.
Con sus ojos de odio y furia infernal, Malakías veía como los Cuatro Generales,
Duran hijo de Din, Deferon el rey de los elfos Silvanos del bosque Everinn,
Eric Magnus Leshnner III gran duque y Sir lancelot IV senescal de Pendragon y
líder de los caballeros del grial y el ejercito real, se acercaban hacia él
para terminar su profanación a esta tierra, y como salido de la nada, Agamenosh
el capitán y mano derecha de Malakías se interpuso en el camino del Rey Enano y
su señor.
A pesar
de que se tratara de uno de los Balors más poderosos jamás vistos, Duran
empuñando su martillo, vigorizado por la respuesta de su dios y por la ira
causada por las afrentas hacia su raza acabó a Agamenosh de un solo golpe, pero
el alma y el poder del Balor fueron absorbidos por sus guantes rúnicos los
cuales absorbían cualquier magia o poder que fuese dirigido hacia el Rey Enano.
Pronto los cuatro generales dieron Muerte a Malakías y su amenaza al pie del
Puño de Dios.
Al separarse Duran regresó a su trono, llevando consigo la maldición de Agamenosh
mientras Deferon regresaba con los restos mortales de Malakías a los bosques
sagrados de Ariathol, los bosques de los Druidas, para que estos los
custodiaran. De los dos héroes humanos se narran sus hazañas y la de su
descendencia en los anales de Greystone.
Duran pronto reconstruyó su reino y ordenó cerrar el paso roto donde antes estuvo
Karadrim, sin embargo como señal de alianza con los humanos construyo allí el
gran puente y la ciudad que regalo a los humanos la cual llamo Darás-kaz o como
la conocen, Dalares.
Algún
tiempo después, Duran descubrió que no podía quitarse los guantes rúnicos y que
además estos le otorgaban una gran fuerza; creyó que su dios le había dado un
designio con estos guantes y decidió no cuestionar los “actos” de su señor, sin
saber que los nuevos poderes de sus guantes provenían del demonio Agamenosh,
cuya alma perduraba con vida dentro de ellos y así mismo juró vengar su muerte
y resucitar en un futuro a su señor Malakías.
Los gritos de batalla, de dolor, de sufrimiento y agonía se alejaban, a medida
que los años se movían lentamente hacia el futuro distante y sus días se
registraban en la memoria de Duran, quien junto a su clan se había encerrado en
la montaña, y en el lugar más profundo de esta donde se encontraba el trono
real, su mente era presa del envenenamiento por el mal intangible que residía
en sus guantes.
Susurros
y voces procedentes de los guantes, enloquecían y al mismo tiempo pervertían la
mente del Rey Enano quien daba órdenes macabras a sus súbditos, corrompiéndoles
a su paso. Aquellos que eran de mente fuerte y detenían el paso de esta locura,
eran ejecutados inmediatamente salvo el hijo del Rey, Doren quien logró escapar
gracias a la ayuda de su tutor y guardián, Thrall Puño de Hierro, dejando atrás
aquella fortaleza que se sumaba cada vez más en las sombras y la oscuridad de
la perversión.
Después de algunos años, Doren decidió regresar a Murdan, como se le conocía a
la nueva fortaleza del victorioso Rey Enano en la época del ataque de Malakías.
Sus intenciones eran hablar con su padre para hacerle entrar en razón, pero al
ver la terrible transformación que había sufrido su cuerpo y los terribles
actos y costumbres que se habían implantado en la montaña, decidió poner un
alto a esta perdición.
Así fue como Doren enfrento a su padre por la corona de los reyes de las
montañas, hecho sin precedente en los anales de la raza Enana. Pero Duran
dominado por sus guantes y el mal que residía en ellos, no quiso entregar sin
lucha su corona y batalló con ira asesina contra su propio hijo, al cual hirió
de muerte. Aún herido, Doren logró destajar el brazo izquierdo de su padre,
liberándolo del control de Agamenosh pero no de su maldición, debido a que
Duran había conservado el nuevo cuerpo infernal que el demonio le había
otorgado. Recuperando el uso de la razón, Duran vio a sus pies moribundo al
fruto de su sangre y recordó los terribles actos que el mismo había realizado
llevándolo a la locura.
Entonces Duran se quito el guante rúnico que aun portaba en el brazo derecho y
convocó a todos los enanos bajo su montaña en la gran sala de reuniones, y cuando
se aseguró de que nadie faltaba, ordenó cerrar las puertas de la sala, dándoles
él mismo muerte a todos los que se encontraban en ese salón; y sin discreción
de edad o sexo, todos cayeron bajo su martillo, ya que en ellos vio la
corrupción que él y su locura misma habían sembrado.
Al
finalizar y herido de muerte, Duran vio con ojos de Rey lo que había hecho y
corrió hasta los acantilados de su montaña, donde se suicidó arrojándose al
profundo vacío.
Después de este hecho, los enanos de otras ciudades enviaron emisarios a Murdan
para averiguar qué había sucedido. Cuando llegaron a esta ciudad, encontraron
horrorizados los restos del clan de Duran y de su hijo. Muchos eran los
interrogantes que empezaron a inundar sus mentes y atónitos hubieran quedado de
no ser porque el espíritu de Doren en persona se les apareció y les narró los
terribles hechos acontecidos en la montaña. Adicionalmente les pidió que
llevaran el martillo de su padre a su hijo, ya que en su ausencia Duran tuvo a
un hijo al que llamó Diravar, y que le narraran los hechos allí acontecidos
para que no se repitieran. Los emisarios juraron cumplir los designios de Doren
y se marcharon. Pocos años después Diravar fue coronado Rey de los enanos y fue
un buen rey, pero nadie regresó nunca más a Murdan y desde entonces se le
consideró como un lugar maldito.
El odio y
las blasfemias fueron acallándose con el paso del tiempo, y la ciudad que
otrora era símbolo de grandeza, se había convertido en una cueva fría y llena
de tesoros abandonados por sus creadores y portadores. El brillo de estos
tesoros llegó a los oídos de los orcos, una raza despiadada a la que solo le
interesaba saquear los lugares donde no hubiera mucha resistencia a su paso.
Fue así que algunos de éstos llegaron a esta fortaleza abandonada para
registrarla en busca de tesoros, y además de los restos de los enanos, encontraron
un par de guantes rúnicos, dentro de uno de los cuales se hallaba un brazo
enano.
La mirada
diabólica que podría verse dibujada por las relucientes runas enanas en los
guantes, se iban desvaneciendo en la oscuridad de la misma forma en que su
rastro se iba perdiendo con el pasar del tiempo. Aunque se dice que en la
guerra de los dos Cálices, Ciro el elfo de los bosques, encontró los guantes en
la posesión de un humano. Intrigado por la forma y las extrañas runas en su
exterior le pidió a un sabio mago que los estudiase para que le informara sobre
cualquier irregularidad o poder que pudiese haber en ellos.
Estupefacto,
el mago le advirtió, que no se trataba de cualquier par de guantes, sino que se
trataba de algo de inmensa fuerza y poder, que podían ser entregados a quien
los usara, pero que desafortunadamente estaban malditos. Las habilidades del
sabio no le permitían ver más allá de lo que había averiguado sobre los guantes
y fue por esto que Ciro decidió guardarlos hasta poder encontrar la forma de
precisar toda la información concerniente a la maldición.
No
obstante, a pesar de las advertencias que se le habían dado, Ciro tuvo que usar
los guantes en la batalla de Lyoness, donde él, el ejército de Falas y los
elfos silvanos se enfrentaron a Wogar, El Ent Diabólico. El alma de Agamenosh,
entonces tuvo su nueva oportunidad de resurgir en la mente de un portador mucho
más fácil de poseer que la mente de un Enano”.